martes, 30 de julio de 2013

Ética del fotoperiodista: ¿hacer su trabajo o ayudar?

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Somos muchas cosas: los libros que leemos, la ciudad en la que vivimos, los amigos que tenemos. Y también somos nuestra profesión, o, si se quiere ser más concreto, nuestra vocación, de la que algunos tienen la inmensa suerte de poder vivir. No se sabe muy bien si fue primero el huevo o si antes vino la gallina, pero lo cierto es que nuestro trabajo, como tantas otras cosas en la vida, nos define. El periodista, gracias y a pesar de su fama de voraz, es un ser instintivo, ávido de preguntas y de respuestas, pero, no nos olvidemos, comprometido de una forma inquebrantable con la sociedad en la que vive.

Estas cualidades y defectos se pueden extrapolar al reportero gráfico. Cuando un periodista carga con una cámara de fotos está expectante, a punto de captar un momento que luego compartirá con el resto del mundo. Y para eso hace falta mucho valor. Porque algunas de esas fotos, llegado el caso, serán un legado para la historia.

Con esta responsabilidad, adquirida libremente, se mueven los fotoperiodistas por el mundo, cubriendo conflictos bélicos, también situaciones cotidianas en contextos sociopolíticos determinados, capturando momentos tensos y violentos que a ninguna persona en su sano juicio le gustaría vivir. Sus fotos, las más representativas de la situación que quiere comunicarse, son las portadas de nuestro diario mientras desayunamos al calor de nuestras cocinas de Teka. Los fotoperiodistas han hecho su trabajo, de eso no hay duda, pero ¿han ayudado? Ayudar no como lo hace una ONG en un país en vías de desarrollo o como una donación a través de Cruz Roja. No: ayudar interviniendo en el acto a evitar esas situaciones que colapsan las páginas del periódico y los telediarios de media noche.

Hace poco, en una entrevista concedida para El Cultural, Samuel Aranda, periodista del New York Times y ganador del World Press Photo en 2011, contaba que se había metido en la fotografía “atraído por su capacidad de poder denunciar y cambiar situaciones”. Aranda fue premiado en el prestigioso certamen de fotografía por una foto en la que una mujer con el velo islámico integral sostiene entre sus brazos a un herido en una mezquita de Yemen, improvisada como hospital. La instantánea, bellísima y desgarradora, evocadora de una Piedad, se tomó durante la Primavera Árabe, y fue su simbolismo síntesis de este movimiento lo que hizo que el jurado la escogiera vencedora.

Como lo hizo en su día Kevin Carter mientras fotografiaba en Sudán a un niño famélico acechado por un buitre, Aranda fotografió en Yemen un hecho concreto sin intervenir de forma alguna, como mero observador de la tragedia, un altavoz de lo que ocurre en un planeta muchas veces inhóspito y cruel. Esa capacidad de denuncia es a la que él mismo se refiere en las declaraciones de su entrevista. Nosotros, como receptores de esta denuncia, tenemos la capacidad de decidir si esta ayudará o no a que el mundo cambie.

Foto (cc): http://www.flickr.com/photos/seeminglee/





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