Los desarrolladores de los videojuegos descubrieron enseguida que sus creaciones necesitaban música. La encontraron a través de los chips que componían las propias consolas, poseedoras de un sonido característico, con una energía especial que hechizó a los niños que jugaban con ellas. Décadas después, muchos de esos niños han crecido sin olvidar esa banda sonora, y se han convertido en abanderados de un movimiento mundial, la chipmusic: melodías compuestas en código binario que han inspirado al valenciano Javier Polo para su primer documental, Europe in 8 bits.
Ganador del primer Vimeo Audience Development Award, un galardón con el que la plataforma de vídeo concede apoyo logístico a los largometrajes premiados, y poseedor de una belleza visual que resulta universal, Europe in 8 bits recorre la chipmusic de la mano de pinchadiscos europeos, norteamericanos y latinoamericanos, a quienes acompaña en su periplo de sala en sala y de mercadillo en vertedero, en busca de nuevos componentes para sus instrumentos, construidos sobre GameBoy, Atari, Commodore 64, Amiga y otras computadoras de su infancia.
“Algo profundo”
El director, publicista de profesión, conoció esta tendencia a través de un compañero de universidad, aficionado a la composición mediante GameBoy, quien, por cierto, aparece en el documental. “Al principio no entendía de qué iba todo esto, pero empecé a conocerlo y, poco a poco, me interesó cada vez más y surgieron nuevas preguntas en mi cabeza”, relata Polo a TICbeat. El realizador ve este movimiento “como algo bastante profundo”.
“No hay un solo elemento que condicione a sus seguidores, y cada músico tiene una razón por la que hacer esta música”, señala. Efectivamente, el documental descubre que la chipmusic no solo es ese sonido vibrante y crudo del que todos sus seguidores confiesan estar enamorados, y que Polo compara con el rosa eléctrico y el verde lima del VGA de 256 colores.
La chipmusic es también el amor a las máquinas y al trabajo con ellas. Es, además, como señala el psiquiatra Cándido Polo durante su intervención en el documental, una suerte de síndrome de Peter Pan, de resistencia a crecer. Es una manera de compartir información de forma desinteresada y gratuita, a través de webs como Micromusic.net, vértebras del movimiento mucho antes de la existencia de las redes sociales. Y es, asimismo, una cuestión política y filosófica, una rebelión, como en su momento lo fue el punk y el fenómeno del DIY (Do it yourself) contra la obsolescencia programada y el consumismo que han sustituido, ahora, aquellas GameBoy por la locura Candy Crush de los actuales smartphones.
Dentro de la chipmusic, además, existen otros sub-movimientos, como, por ejemplo, la demoscene, llamada así por estar dedicada a la música que funcionaba como tarjeta de presentación de los juegos crackeados, que ejercía, además, de firma de sus propios creadores.
Un movimiento que trasciende fronteras
Surgido en el continente europeo, donde existen incluso discotecas como la sueca Microdisko nacidas al amparo de su éxito, la chipmusic terminó por trascender fronteras y llegó también a Estados Unidos (donde se celebra el Blip Festival), Australia y casi todos los continentes.
Europe in 8 bits ya ha pasado por el Festival Internacional de Documentales de Amsterdam –de cuya sección oficial ha formado parte- y por la última edición del donostiarra Dock of the Bay, y ahora se prepara para el Festival de Málaga y el de Cine de Miami. Su director nos recuerda que el largometraje está disponible en video on demand a través de Vimeo por un precio simbólico: 2 euros. Polo reconoce que el equipo aún se está recuperando de la inversión realizada en el documental y que le falta “músculo financiero” para proyectarlo en salas, pero espera que “la gente se anime”, ya que, como subraya, que Internet ha cambiado los hábitos de consumo audiovisual.
Foto: europein8bits.com