“Cuidado con los jóvenes en las redes sociales”, suelen repetir, periódicamente, los informativos de las cadenas generalistas. Internet está lleno de peligros, nos dicen, y existe la idea generalizada de que muchos jóvenes, por esa condición despreocupada de la juventud, no saben cuidarse de ellos y comparten demasiada información. Eso es lo que nos han dicho, pero hay también cada vez más defensores de que los usuarios más jóvenes son los más celosos de su privacidad y los que mejor saben resguardarla.
Los autores de A new privacy paradox (Una nueva paradoja de la privacidad), un estudio realizado entre la población británica por la Universidad de Oxford, querían comprobar, precisamente, si es cierto eso de que los jóvenes vigilan menos su privacidad online que otros usuarios más maduros. Y la respuesta es un no rotundo, así como la demostración estadística de que, cuanto mayor es un usuario, menos cuidadoso es también con su privacidad online.
Esta idea es una de las que acompaña al término millenial –perteneciente a la generación nacida entre finales del siglo XX y principios del XXI- desde su nacimiento: los nativos digitales son mucho más conscientes de la privacidad online. Aplicaciones como Snapchat y Telegram se han esforzado por cautivar a los jóvenes de entre diecimuchos y veintipocos con mensajes que se autodestruían y conversaciones cifradas.
Los datos hallados por los autores del estudio concluyen que la media de edad de aquellos usuarios que sí comprueban y revisan la configuración de privacidad de sus perfiles en las redes sociales es de 26 años, mientras que la de los que no lo hacen es de 43.
Los responsables de A new privacy paradox preguntaron a 2.000 británicos mayores de 14 años acerca de qué datos les incomodaría más publicar en las redes sociales, así como sobre sus malas experiencias online. Después, relacionaron estas variables con otras demográficas, como su sexo, su edad, sus ingresos y su nivel de formación. Y los resultados demuestran que en ningún caso existe una relación tan directa con la privacidad online como en el de la edad. Se trata, citan en la introducción, de “la mayor brecha generacional desde el rock&roll”.
El porcentaje de usuarios de entre 14 y 17 años encuestados que han modificado o revisado su configuración de privacidad online es del 95%. En los jóvenes de 18 a 24 años desciende hasta un 77%; en los de entre 25 y 34, al 67%; en los de 35-44, al 71,3%; y así, progresivamente, hasta situarse en el 32,5% de usuarios con más de 65 años que alguna vez han comprobado el estado de su privacidad en redes sociales.
En cuanto al nivel de formación, también existe una mayor preocupación por la privacidad online en aquellos encuestados con más estudios, pero no es tan lineal ni tan gráfico como en el caso de la edad: el 52% de los entrevistados sin título formativo ha comprobado alguna vez su configuración de privacidad, un porcentaje que asciende al 70,7% en los que estudiaron más allá de la secundaria, pero que se mantiene casi igual (70,4%) para los posgraduados.
La relación de la privacidad online con otros aspectos, como el salario, demuestra que no existe una proporcionalidad previsible, ya que quienes ganan entre 20.000 y 30.000 libras al año se preocupan más por su intimidad en la red (69,1%) que los que ganan menos de 12.500 (58,8%) pero también que los que cuentan con una renta anual de entre 50.000 y 80.000 libras (66%).
En cambio, la ocupación arroja conclusiones similares a las de la edad: un 90,4% de los estudiantes, a los que se presupone más jóvenes, se preocupa por la privacidad online; un porcentaje que desciende al 66,4% en el caso de los que trabajan y al 43,1% en el de los jubilados.
Los autores del estudio aseguran que los medios han reproducido el mensaje de empresarios tecnológicos como Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, quien, no exento de intereses comerciales (la red social vive de los datos que le ceden sus usuarios), ha defendido en varias ocasiones la idea de que los usuarios compartirán más y más información a medida que se familiaricen con estas plataformas. Sin embargo, defienden desde la Universidad de Oxford, los datos reflejan otra realidad.
Foto cc: verbeeldingskr8 / pabak sarkar
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