El Golfo de Boothia (no muy lejos del Polo Norte Magnético, en pleno territorio Nunavut en Canadá) ha permanecido miles de años sumergido en el hielo y, por tanto, intransitable. Fue en sus aguas heladas donde quedó atrapado durante dos años uno de los primeros exploradores del Paso del Noroeste, John Ross, junto al resto de su tripulación a principios del siglo XIX. Sin embargo, todo esto ha cambiado en los últimos 15 años como consecuencia del cambio climático: ahora disfruta de aproximadamente ocho semanas al año (entre los meses de agosto y octubre) en los que el agua queda despejada de hielo y el Golfo pasa a ser transitable.
Este proceso meteorológico ha venido acompañado de otro, comercial y geopolítico, que tenía lugar muchos miles de kilómetros más al sur: tras el casi simultáneo corte de 6 cables de fibra óptica submarina a principios de 2008 en el Mar Mediterráneo, grandes consorcios internacionales de telecomunicaciones se lanzaron a construir nuevas rutas de fibra óptica terrestre que garantizaran la redundancia de las comunicaciones euroasiáticas. Pero esas rutas transitaban irremediablemente por zonas altamente volátiles en lo político como el Cáucaso y Oriente Medio. Si el objetivo de la operación era salvaguardarse de futuras interrupciones, su éxito era sin duda algo precario.
De este modo, algunos han sabido ver en las actuales circunstancias una oportunidad para acometer un complejo proyecto de mejora de las telecomunicaciones: desplegar líneas de fibra óptica para conectar directamente Europa y Asia (más concretamente Londres y Tokio) a través del Paso del Noroeste.
Tal y como recoge BuzzFeed, la compañía torontoniana Arctic Fibre anunciará una importante inversión de varios fondos de capital privado de Nueva York que darán pie a la elaboración de estudios submarinos durante el deshielo de final de verano. Si los factores económicos y climáticos acompañan, a finales de 2016 se habrán construido 15.057 kilómetros de conexión submarina a un coste de 620 millones de dólares. Internet habrá conquistado así el Círculo Polar Ártico. Además, gracias a la curvatura de la Tierra, los kilómetros ahorrados permitirán enviar la información 62 milisegundos antes que las conexiones ya existentes. Una mejora a simple vista ridícula, pero que puede resultar fundamental para las empresas de trading de alta frecuencia que copan el 50% de las transacciones bursátiles en Estados Unidos.
Pero los barcos de Arctic Fibre deberán usar de manera intensiva cámaras digitales submarinas, sondas electromagnéticas y sónar para evitar que la topografía marina constituya un obstáculo aún mayor que el hielo de la superficie: deberá tener perfectamente localizadas las diferentes corrientes y laderas submarinas para saber dónde atornillar, tensar o blindar el cable de fibra óptica.
La región autónoma de Nunavut, habitada de forma mayoritaria por inuits (más conocidos aquí por el nombre de ‘esquimales’, despectivo para ellos) dio el visto bueno al proyecto a cambio del cumplimiento de 52 condiciones referidas a la protección del ecosistema local. A cambio, podrán convertirse en los primeros clientes (junto a los habitantes del norte de Alaska) de esta nueva línea que les permitirá acceder a Internet sin pagar los precios desorbitados que sufren a día de hoy.
Doug Cunningham, CEO de Arctic Fibre, lo reconoce claramente: “Todo esto es posible gracias al cambio climático”.
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