domingo, 1 de marzo de 2015

AIBO, la mascota robotizada de Sony ‘donante de órganos’

AIBO fue un prototipo de robot doméstico introducido por Sony en los años ‘90. Equipado con inteligencia artificial, la evolución del automata se finalizó con la versión ERS-7, en concreto un “perro robot” capaz de desarrollar su propia personalidad.

La sólida cultura robótica que caracteriza Japón explica por qué el prototipo de la multinacional japonés tuvo una buena acogida que se materializó con un lote inicial de 3.000 de unidades vendidas y otras 150.000 unidades durante los años siguientes.

Aún así, hay algo más detrás de los resultados en materia de ventas y eso es que en este caso no se trata de un simple robot que haya sido creado para ser el compañero ideal de las familias japonesas. Por el contrario, hablamos de un robot que se ha ganado una posición destacada dentro de la jerarquía familiar.

Los propietarios de AIBO han tenido que pasar por un momento muy decepcionante cuando la compañía finalmente anunció en marzo 2014 la parada de la fabricación del modelo robótico.

Sus usuarios lo habían integrado tanto en sus vidas que llegaron a borrar la línea que separa la naturaleza humana y el mecanismo robotizado de un dispositivo programado para simular el comportamiento animal.  

“Nunca pensé que había un límite en su vida. Envíe un correo electrónico (en nombre del perro robotizado) a un exempleado de Sony preguntando: ¿no me queda otra opción que morir de esta forma porque no puedo caminar?”, declara Hideko Mori, una anciana de 70 años muy contenta de tener al lado a su AIBO, hasta el mayo del año pasado cuando su robot se quedó inmóvil.

El ingeniero que le atendió le pasó la demanda a otra compañía formada por exempleados de Sony y su “perro” fue restaurado a su estado inicial en dos meses. Sin embargo, lo más sorprendente es que los propietarios usan eufemismos como “dolor de articulaciones” o “restaurar la salud” para referirse a los problemas técnicos de las maquinas.

“Para los que tienen un AIBO, no los consideran electrodomésticos. Es obvio que piensan que su animal robótico es un miembro de familia”, declara Hiroshi Funabashi, el supervisor de reparaciones de los robots, considerado más un médico que un ingeniero.

Pero la fuerte convicción de que el robot es algo más que un engranaje de circuitos y piezas motorizadas es algo que domina la cultura japonesa. Un ejemplo evidente es el extraño paralelismo con algunas creencias religiosas, en concreto con la idea de que los robots tienen almas que trascienden la dimensión de la realidad cuando dejan de funcionar.

Bungen Oi, un sacerdote de un templo del este de Tokio se declara contento de haber podido realizar el típico ritual funerario con un AIBO que había quedado fuera de servicio siguiendo la manera convencional, antes de convertirlo en un “donante de órganos”.

Este tipo de afectividad y necesidad de protección de mascotas robotizadas adoptadas por parte de las familias niponas es una clara señal de que el avanzado mundo tecnológico de Japón será el terreno más predilecto para difuminar la frontera que separa el ser humano de su réplica automatizada.

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