El ingeniero Jordi Albó ha sido galardonado con el premio Alan Turing al Compromiso Social, por su papel de impulsor en un proyecto que mejora desde casa la rehabilitación de niños que hayan sufrido traumatismos craneoencefálicos, con robots que ejercen de entrenadores, de terapeutas… y de mascotas.
El profesor de la Universidad de la Salle de Barcelona se embarcó en esta iniciativa, en el que trabaja el grupo de investigación en robótica de dicho centro, impulsado por la cantidad de personas que, gracias a la tecnología, sobreviven a accidentes de tráfico, pero lo hacen con lesiones cerebrales.
La función del robot es “que los niños se lo puedan llevar a casa y hacer allí los ejercicios, para después enviar los resultados al hospital”. Su aspecto y su tamaño se asemejan “al de una tableta, pero cúbica”, indica Albó, y lleva programada una sesión de actividades de entrenamiento.
Albó explica que el robot está basado en la plataforma Robotic de Lego e incorpora también un iPod, debido al potencial de estos dispositivos tan intuitivos. Ejerce de entrenador una vez que el médico ha configurado el perfil del niño y los ejercicios que debe hacer según su edad y su estado, puesto que los hay específicos para déficits de atención selectiva, de memoria y de movimiento, entre otros trastornos.
“El robot programa actividades al niño también en función de los resultados de jornadas anteriores. Por ejemplo, si el niño mejora rápido, se le van dando ejercicios más difíciles para que continúe progresando. Si el niño avanza más despacio, se eligen más fáciles, para que no se frustre”, explica.
Además, también cuenta, “aunque sea un poco atrevido”, aventura Albó, con cierto rol de médico, puesto que monitoriza la manera de responder a los ejercicios que tienen los niños, generando una base de datos.
Una especie de tamagotchi
Por otro lado, está la faceta “de mascota”. Albó lo compara en cierta manera con los antiguos tamagotchi, puesto que, además de ser personalizable y contar con distintos estados de ánimo expresados mediante “caritas”, el niño trabaja hábitos y responsabilidades encargándose de tareas como darle de comer, cambiarle la ropa, lavarle los dientes y cargarle la batería.
Pero además sucede otra cosa fundamental, y es que los chavales “le cogen cariño y tienen ganas de jugar con él”.
A este respecto, Albó ha trabajado en otros proyectos que aprovechan el potencial de los robots como mascotas. Además de uno llamado Pleo, en el que el robot es un facilitador de relaciones interpersonales entre niños autistas a través de juegos y actividades, y de otro para personas con demencia senil, Albó ha creado un robot dinosaurio para ayudar a niños con cáncer y artrosis infantil, “niños con mucho dolor y ansiedad”.
En esta última iniciativa, el ingeniero y su equipo han demostrado que el 96% de los niños perciben al robot como un ser vivo con sentimientos y que, además, en la medida en que este evoluciona a través de la interacción con los pequeños, puede funcionar como un identificador de variables, evitándole al niño el estrés y la ansiedad de las constantes visitas médicas. Y todo por menos de 200 euros.
Beneficios al alcance de muchos
Esa es otra de las ventajas del proyecto de rehabilitación cognitiva de Albó: su coste bruto se sitúa en torno a los 400 o los 500 euros. Un precio similar, por ejemplo, al de algunas tablets y que, como cree el profesor, puede resultar medianamente asequible para muchas familias. Este importe, eso sí, no ha tenido en cuenta todas las horas de desarrollo que hay detrás del proyecto.
No se pretende, como explica este profesor del campus de Barcelona de La Salle, simplemente reducir costes sanitarias, sino mejorar la calidad de vida de estos niños y sus familias, ahorrándoles tiempo y dinero en visitas y ampliando la cobertura territorial de este tipo de terapia, coordinada por un hospital de referencia como es el Sant Joan de Déu.
Una nueva revolución industrial
“Como decía un artículo, los robots nos van a quitar el trabajo, pero eso son buenas noticias”, reflexiona Albó. “Ahora estamos como en la Revolución Industrial, todo el mundo cree que eso es malo, pero es un acierto en la medida en que mejoras la calidad de vida de mucha gente y puedes ayudar, desde Barcelona, a pacientes de Extremadura y Galicia”.
El proyecto arrancó en 2012 y lleva tres meses funcionando con niños. En el participan dos universidades españolas -Deusto y la Pontificia de Comillas- y una estadounidense, la TUTS de Boston. El Hospital Sant Joan de Déu se encarga de la coordinación.
Foto cc: katmeresin
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