viernes, 2 de enero de 2015

El lado malvado del ‘big data’: ¿hemos de preocuparnos?

Redes sociales, imágenes, registros de compras, cifras obtenidas mediante sensores o geolocalización, información bancaria o de empresas… Son prácticamente infinitas las fuentes de datos que hoy en día conforman el Big Data, ese fenómeno del que todos hablan como la gran vía de futuro para los gobiernos y empresas de todo el mundo, que podrán conocer mejor a sus usuarios, personalizar mejor sus servicios y ofrecer productos adaptados a las necesidades de cada cual.

Cada día se generan 2,5 trillones de bytes en información, alguna de ella estructurada, mucha otra no. Solo Google procesa más de 25 petabytes de datos al día. Facebook, con sus 1.200 millones de usuarios, puede presumir de que, cada hora, se compartan en su red más de 10 millones de fotos o que, al cabo del día, se hayan producido unos 3.000 millones de comentarios o “Me gusta”. Por su parte, Twitter atesora más de 400 millones de tuits cada día.

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Son números impresionantes y más aún lo son las posibilidades que se abren ante ellos: poder relacionar datos de nuestras redes sociales con predicciones sanitarias (como hace Google para predecir dónde aparecerá un brote fuerte de gripe, por ejemplo, a través del aumento de búsquedas en su web), para gestionar mejor el tráfico (haciendo que los semáforos interactúen con apps sociales sobre el tráfico), a comprar mejor (ya que las tiendas conocerán nuestros hábitos de consumo y serán más competitivas) y un largo etcétera.

Sin embargo, no todas las señales del Big Data son positivas: hay quienes alertan también del “lado malvado” que esta explosión de los datos puede tener y sus críticas han de ser tenidas en cuenta para que, como siempre que se produce un cambio de paradigma tecnológico, se pueda mejorar y evolucionar hacia un modelo más seguro y comprometido.

La Casa Blanca ya alertó de los peligros de usar mal el ‘Big Data’

La mismísima Casa Blanca alertó el pasado mayo de los peligros que podía tener el mal uso del Big Data por parte de las grandes empresas. Y es que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, pero no hay una seguridad absoluta de que las multinacionales vayan a utilizar de forma segura toda la información que recolecten.
Ya en el pasado, algunas de las empresas que conseguían conocer un poco mejor a sus clientes aprovecharon para manipular los precios al alza o para engañar y orientar de forma manipulada sus hábitos de compra. Por eso, ante el tamaño de la revolución que plantea el Big Data, no es de extrañar que muchos se preocupen sobre cómo usarán nuestros datos a escala comercial las grandes corporaciones.

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En ese sentido, la Casa Blanca se mostró especialmente preocupada por el uso de los datos personales de los menores de edad, cuya información -afirma- debe ser utilizada tan sólo con fines académicos, nunca comerciales ni de cualquier otra índole.

‘Big Data’, ¿el Gran Hermano de nuestros días?

Siguiendo la lógica que subyace al Big Data, la explotación de todos los datos que nos rodean y su interrelación automática permitirá a gobiernos y empresas conocernos casi mejor que nosotros mismos. No en vano, estos sistemas lo sabrán todo sobre nosotros, desde la hora en que nos despertamos hasta lo que nos apetece comer, pasando por nuestras costumbres al volver a casa o la ruta que seguimos para ir al trabajo.

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De esta forma, cualquier malévolo dirigente podría vigilarnos sin apenas moverse de su sillón, con un espionaje a gran escala que utilizará todos los medios a su alcance (búsquedas en Internet, lo que digamos en redes sociales,  llamadas, correos electrónicos…) para saberlo todo de nosotros y, quizás, utilizar esa información en su propio beneficio: manipulaciones electorales, estafas comerciales, etc.

Mercados negros (y no tan negros) de datos

Aunque todo este almacenaje e interrelación de datos está regulado por numerosas leyes internacionales y nacionales, siempre en defensa de la protección individual de la privacidad de cada cual, lo cierto es que en Internet no han tardado en proliferar cientos de mercados de datos que se dedican a vender nuestra información personal, con distintos niveles de legalidad en cada caso.

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Encontramos desde los portales que simplemente comercian con nuestro mail para que terceras empresas nos saturen con spam hasta las propias redes sociales, las cuales usan lo que nosotros decimos para que los anunciantes nos puedan atacar con campañas específicas a nuestros intereses.

¿Condenar a alguien por ser un potencial asesino?

El Big Data permite efectuar análisis de probabilidades mucho más realistas y efectivas que hasta ahora, gracias a la comparación de millones de datos entre sí, con cientos de variables distintas que entran en juego.

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Sin embargo, mientras que a nivel comercial el riesgo está en perder dinero y a nivel académico tan sólo implica la pérdida de credibilidad del investigador, un error en estos cálculos de probabilidades sería fatal si se emplea a escala policial o judicial. Y es que, como hemos podido ver en muchas películas de ciencia ficción, la policía podrá emplear el Big Data para conocer qué personas tienen más probabilidades de convertirse en asesinos o ladrones, pudiendo detenerlos antes de que cometan el crimen. Una función a priori positiva pero que arroja mil y una dudas sobre lo que puede pasar si se equivocan o, simplemente, sobre la validez de condenar a alguien por “tener posibilidades de cometer un delito”.

¿Y qué pasa si hay una fuga de datos?

Como hemos visto antes, estamos hablando de 2,5 trillones de bytes en información a diario. Todos esos datos deben ser almacenados, registrados, procesados y devueltos en el momento en que sean necesarios. Al margen de la capacidad técnica de realizar todo este proceso de forma eficiente, lo preocupante es qué pasaría si se produce una fuga de información dentro de una organización que posea miles de millones de perfiles almacenados, bien sea por ataque cibernético o por una filtración interna.

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En los últimos años hemos asistido ya a algunos de estos preocupantes escenarios: PlayStation Network era hackeada y millones de datos bancarios y personales quedaban expuestos en manos de delincuentes internacionales. La alarma fue máxima. Imagínense si en lugar de información bancaria hubieran conseguido también la clave de la alarma de nuestras casas, el código de desbloqueo de nuestro móvil y la dirección del colegio de nuestros hijos. Pues eso puede pasar, aunque los proveedores de seguridad trabajaban a marchas forzadas para minimizar el riesgo.






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